De plaga a oportunidad: así se transforma el sargazo en soluciones sostenibles

Cada año, el mar Caribe arrastra toneladas de sargazo hacia las playas mexicanas. Su color marrón, su olor fétido y su impacto ambiental y económico lo han convertido en un enemigo incómodo del turismo y la biodiversidad. Pero ¿y si dejáramos de verlo solo como un problema? ¿Y si el sargazo fuera también una fuente de oportunidades? En la última década, científicos, emprendedores y comunidades han comenzado a responder esas preguntas con innovación y resiliencia.

El sargazo pelágico —principalmente Sargassum natans y S. fluitans— ha pasado de ser un fenómeno esporádico a una constante estacional en las costas del Caribe. Su llegada masiva, exacerbada por el cambio climático y el exceso de nutrientes vertidos en el mar, amenaza arrecifes, pastos marinos, vida silvestre y economías costeras. Sin embargo, desde 2011 se han dado pasos importantes para convertir este residuo marino en una materia prima útil.

Hoy, gracias a investigaciones del CINVESTAV, el CICY y otras instituciones, el sargazo se transforma en papel ecológico, bioplásticos, compostaje agrícola, cosméticos, mobiliario y hasta productos artesanales. Un ejemplo emblemático es Sargablock, emprendimiento de Puerto Morelos que fabrica bloques de construcción con entre 40% y 60% de sargazo. En 2018 se construyó “Casa Angelita”, la primera casa hecha con estos bloques, que ha resistido varios huracanes. Desde entonces, se han edificado al menos 13 viviendas más, todas para familias de bajos recursos, como parte del programa for Tomorrow del PNUD.

En el campo agrícola, iniciativas como Algas Organic, en Santa Lucía, procesan más de 450 toneladas de sargazo al año para fabricar biofertilizantes exportados a una decena de países. En México, Nopalimex, desde Michoacán, obtuvo en 2020 una patente para generar biogás a partir del sargazo, y la startup SarGas, en Granada, planea instalar una planta para producir electricidad y fertilizante con esta alga invasora.

No obstante, el camino hacia una economía circular basada en el sargazo enfrenta varios retos. Su contenido de metales pesados, como el arsénico, exige tratamientos costosos antes de pensar en su uso agrícola o alimenticio. Además, la irregularidad de su llegada y la falta de normativas específicas para productos derivados complican la producción a gran escala y su comercialización.

A pesar de las limitaciones, el esfuerzo colectivo por convertir el sargazo en un recurso muestra cómo una crisis ambiental puede ser, también, un catalizador para la innovación sostenible. Ver al sargazo como parte de la solución, y no solo del problema, es un paso vital hacia un Caribe más resiliente.

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